Plácido Merino atraviesa el salón de clases y coloca una manzana encima de la mesa. Sus alumnos, niños de entre cuatro y 16 años, enfermos de cáncer, lo miran con extrañeza.
—¡Vengan! —les dice.
Y los reúne alrededor de la mesa.
—Quiero que dibujen esa manzana. Tienen diez minutos.
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