Empezar lo que debía ser una tarde de trabajo (o al menos de charla de trabajo) jugando a obtener una bola perfecta de un muy buen helado de vainilla. Agregarle tres dedos de un digno escocés clase media. Reír a carcajadas por ese resultado de señora bogotana que suspira al pensar en Londres. Ya entrados en gastos despachar en un par de horas el resto de la botella y pedir al dealer de confianza la segunda del día.
Só sofrimento.