Supongo que, según a quién se quiere llegar y del propio contexto de la obra, estoy más o menos de acuerdo con las palabras de Elena Poniatowska. Me han parecido, en cualquier caso, interesantes como reflexión. Porque ¿dónde está esa vara de medir con la que determinamos qué es lo suficientemente sencillo y qué demasiado complejo para según qué lectores? Al final yo creo que cada cual ha de escribir desde el corazón y desde su propio lenguaje, uno que le haga sentir cómodo y con el que se crea capaz de comunicar aquello que quiere. Está claro que, cuanto más accesible sea ese lenguaje, mayor potencial hay entre lectores menos instruidos, pero quizá esto también juegue en contra de la propia literatura en determinados casos, pues damos por supuesto que esa gente para la cual se emplea un lenguaje más sencillo va a leer nuestros libros y, por desgracia, a veces, eso no es así. Por eso, reitero, hay que hacer aquello con lo que nos sintamos más cómodos y felices, poner toda la pasión en ello y, si lo consideramos (o la obra lo precisa), ajustar el lenguaje para que su desarrollo sea más veraz. Lo que dice Elena puede funcionar para el periodismo o para algunas profesiones demasiado técnicas que precisen una adaptación para la comprensión del lego en la materia, pero para la escritura, creo que establecer unos límites sería coartar la propia fluidez, el estilo y la expresión. Al final hay un público lector para cada libro, estilo, género, etc. Como con los colores. Y no siempre es una cuestión de entendimiento, sino de apetito. Feliz martes. 😉🖖

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